lunes, 3 de octubre de 2011

02 DE OCTUBRE NO SE OLVIDA

César Trujillo * CP. Es 2 de octubre y no se olvida. Un día como ayer, pero de 1968, el Ejército había abandonado los campos de la UNAM y del IPN.




Miles salían a la Plaza de las Tres Culturas a manifestarse. Estoicos e inmutables, los miembros del Ejército vigilaban. Cero disturbios, era la orden. Las consignas de los más opacaban el estertor del tiempo.


El Gobierno, amañado como siempre, temía por un ataque a la torre de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Quienes se manifestaban sólo pedían justicia y democracia.


Miles de jóvenes sacudían los brazos, mientras coreaban el hartazgo. Al unísono, los del Batallón Olimpia, como animales recelosos, autómatas sin alma, vestidos de civil para confundirse con el movimiento, se infiltraban dispuestos a todo.


Las banderas rojinegras, las mantas, las fotos del Che, Fidel y Lenin respaldaban la lucha justa de los universitarios, lucha a la que se habían sumado amas de casa, obreros e intelectuales.


Un distintivo era la diferencia para el aberrante genocidio. Los del Olimpia llevaban, según cuenta la historia, un pañuelo o guante blanco en la mano izquierda. Su objetivo era llegar al edificio "Chihuahua", donde estaban los oradores y cabecillas del movimiento estudiantil y algunos periodistas.


Ni la tarde ni el cansancio mermaron los ánimos. Eran casi las seis de la tarde y el evento llegaba casi a su fin. Un ave de acero sobrevoló la plaza. De él salieron disparadas bengalas. La señal estaba lista. Los francotiradores del Batallón Olimpia, asesinos sin escrúpulos, vieron la luz roja y abrieron fuego en contra de todos.


Manifestantes y militares fueron atacados. El plan estaba listo y desgraciadamente funcionó. El Ejército mordió el anzuelo y repelió el ataque, creyendo que eran los alumnos que estaban armados y disparando.


La confusión se alzó y el caos se apoderó de todo. Los disparos alborotaron a todos. Cada quien corría por su lado y en esa desesperación, en ese miedo por salvar la vida, los soldados abrieron fuego contra quienes corrían en la Plaza de Tlatelolco.


Imagino la mirada de complicidad y la risa sardónica de los que planearon este artero crimen, disfrutando, desde lo alto, la forma ruin en que los militares asesinaban a los estudiantes.


Muchos escaparon ilesos y buscaron cobijo en aulas de los edificios, o en departamentos. Nada les valió. La ira había tomado la conciencia de los encargados de la seguridad. Los cateos comenzaron sin orden alguna y cientos de manifestantes fueron detenidos.


Poniatowska en su libro La noche de Tlatelolco refuta la postura del gobierno sobre los muertos. La parte oficial, implicada en el genocidio, sucia y ruin, daba cifra de 20 muertos.


Poniatowska, en una entrevista a una de las víctimas, señala 65 cadáveres de los que se pudieron ver, sin contar a los muchos desaparecidos.


A 10 días de la peor matanza a nuestros compatriotas, Díaz Ordaz inauguraba los XIX Juegos Olímpicos llamados irónicamente "La Olimpiada de la Paz".


Un papalote de color negro y en forma de paloma se levantó por los aires como protesta.


Hoy, a 43 años del genocidio, de la matanza de Tlatelolco, sabemos que no hubo justicia. El teatro de las autoridades por arrestar a los culpables y exonerarlos posteriormente, son la muestra palpable de una escueta justicia y un ingente estado de indefensión que sufren las víctimas.


El 2 de octubre de 1968 cayeron decenas de camaradas. La masacre y el abuso de la fuerza no serán olvidados. Hoy, sólo por hoy, 2 de octubre no se olvida.

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